Desde 1644 a 1649 Felipe IV vive un auténtico calvario, circunstancia que podría explicar su necesidad de apoyo personal en Sor María que, no se puede olvidar, representaba la función de intermediaria entre Dios y la monarquía española. No puede saberse lo que hubiera sucedido con esta correspondencia si las circunstancias hubieran sido otras, pero el hecho es que éstas favorecieron la relación entre el rey y Sor María. Da la impresión de que, después de un par de años de tanteo, el rey se vuelca en Sor María en busca de consuelo tras la muerte de su mujer e hijo y poco a poco su relación se va remansando.
Tras la lectura atenta de esta correspondencia no se puede afirmar que los consejos de Sor María influyeran en el rumbo político de la monarquía; tampoco fue un instrumento ciego de determinados grupos de poder, ni una embaucadora que pretendiese dirigir los destinos de la monarquía, una especie de valido en la sombra. Por el contrario, es Felipe IV quien utilizará a Sor María, consciente de que toda ayuda era poca para enderezar la ruina a la que se encaminaba su monarquía.