"Muy pronto comprendí que lo que la gente tiraba resultaba más interesante que lo que guardaba en sus casas" afirma uno de los personajes de este libro. Y es que nuestra anémica normalidad está construida sobre miles de historias desechadas, pasadizos secretos que reúnen, como en un fantástico basurero, los aspectos más fascinantes de la realidad. Una bicicleta abandonada; los enigmáticos dibujos de una mujer paseándose bajo la lluvia; la cinta utilizada para distinguir entre sí a dos gemelos; cualquier objeto puede adentrarnos en el laberinto de revelaciones y correspondencias que compone el inquietante y a veces cómico reverso de nuestras rutinas. En ese territorio engañosamente familiar nada es lo que parece: la costumbre de bajar la basura o correr por el parque puede llevar tanto o más lejos que un alucinado viaje al corazón de Canadá, y las semillas plantadas en el jardín de una biblioteca dar un fruto no menos inesperado que veinte años de leales servicios en una oficina de objetos perdidos. Un buen cuento es un umbral que nunca termina de atravesarse. ¿De qué lado está el improvisado vendedor de paraguas que espera día y noche una tormenta? ¿O el ingeniero obsesionado con las cartas que no le llegan de su antigua dirección? ¿O el cuentista cuyo peligroso juego empieza buscando un reloj de sol en plena madrugada? Estos trece relatos intensos dibujan un universo literario sin respuestas unívocas, regido por leyes distintas a las que sostienen el espejismo de la cotidianeidad. En la ciudad, la calle o incluso el edificio que estos seres solitarios comparten, el destino de los hombres imita el de las cosas, la frontera entre la cordura y el delirio se adelgaza, y la línea recta se convierte en el más sutil y arriesgado de los itinerarios.