Universalmente reconocido como uno de los más importantes artífices de la poesía, la obra de Góngora confirma las palabras que en su día escribiera Herrera: "Es el soneto la más hermosa composición...". Son, sus sonetos composiciones maestras y muestra de la perfección condensad, y a través de ellos podemos seguir paso a paso la evolución del poeta, un verdadero revolucionario de la estética universal, cuyas creaciones obedecen a una nueva sensibilidad y a una renovada visión del mundo.
Luis de Góngora y Argote se mantiene tan presente a través de los siglos que siempre suscita las mismas discusiones acaloradas que provocó en vida. Algo muy hondo tiene que latir en el hombre y, sobre todo, en la obra, para que su vigencia sea permanente. Con este libro, el lector se adentrará en su reino poético de los sonetos: los ciento sesenta y siete reconocidos y los cincuenta atribuidos; un documento de su época y la encarnación de una poesía que siempre permanecerá. Y con la edición de una de las más reconocidas autoridades en el autor: Biruté Ciplijauskaité.
Poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro, máximo exponente de la corriente literaria conocida como culteranismo o gongorismo. Su obra fue imitada durante siglos en Europa y América.
Durante una estancia en la Corte de Valladolid se enemistó con Quevedo, a quien acusó de imitar su poesía satírica bajo pseudónimo, enemistad que durará toda la vida de ambos escritores. En 1609 regresó a Córdoba intensificando la estética y el barroquismo de sus versos. Entre 1610 y 1611 escribió la Oda a la toma de Larache y en 1613 el Polifemo, un poema que recuerda un pasaje mitológico de las Metamorfosis de Ovidio, el mismo año divulgó en la Corte su poema más ambicioso, las incompletas Soledades. Este poema desató una gran polémica a causa de su oscuridad y afectación y le creó una gran legión de seguidores, los llamados poetas culteranos como, el conde de Villamediana, Sor Juana Inés de la Crus o Pedro soto de Rojas, entre otros, pero también le granjeó enemigos entre los llamados conceptiscas como Quevedo o clasicistas como Lope de Vega. Esto le proporcionó tanto prestigio que Felipe III le nombró capellán rela en 1617 por lo que tuvo que trasladarse a Madrid y vivir en la corte. De él se dice que era jovial, sociable y "demasiado" amante del lujo, las cartas y los toros para sus hábitos eclesiásticos y esto lo arrastró a arruinarse y morir en la más extrema pobreza.
Se le considerá maestro de la sátira que evolucionó hacia el culteranismo, haciendo metáforas difíciles, alusiones mitológicas, cultismos, que aunque ya se detectaban desde un principio en sus obras se fueron acentuando posteriormente.