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Perdedores

Ángel Aguado


Perdedores
PRECIO: 18.00 €
Disponible en ebook
ISBN:9788497408196
Colección: Albatros
Numero colección:
Tapa dura c/sobrecubierta 128 pp 14.5 x 22.5 cm

Premio Tiflos de Cuento en su XXVIII edición (2018).

"El ajedrez es como la vida, o quizá la vida es como el ajedrez", dice Rodolfo Cardoso en la primera de estas tres historias, que podrían constituir otro Manual de perdedores. Hasta Sancho Panza le recordó a don Quijote tan "Brava comparación..., que, mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio, y, en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura".

Perdedores. Tres Arturos (Pomar, Duperier, Barea) y un  general republicano, que además se apellidaba Rojo, parecen condenados en este sugerente tríptico a ser exiliados de la vida, donde todos apostamos, algunos ganan y "donde todos, casi siempre, pierden". Laberinto español es el tablero. La metáfora del tablero sugiere que el alfil y la dama son piezas retorcidas, quizá como una navaja y una daga.

Cierra el tríptico "Arroz con frijoles", una extraña y no poco sarcástica combinación de Vidas paralelas -Franco/Castro, José Antonio/Che Guevara-, en el que otro general, a quien Queipo de Llano llamaba "Paca la culona", y un comandante barbudo fagocitan a otro par de perdedores sui generis, cuya virtud fue la de haber muerto jóvenes "La muerte nos sienta muy bien, existimos gracias a ella, señor Guevara", le dirá José Antonio al Che en el cielo. Pera ya había dicho Ambrose Bierce, el gringo viejo de Carlos Fuentes, al general Arroyo: "Usted solo se salvará de la corrupción si muere joven".

Aguado, Ángel

Ángel Aguado

Ángel Aguado (Madrid, 1957) descubrió su verdadera vocación en el periodismo gráfico, durante la transición democrática y la movida madrileña, como fotógrafo callejero. Y así consiguió empezar a trabajar para El País. Tras unos años en Francia como docente universitario y profesor de ajedrez infantil, volvió a Madrid, donde reside actualmente y ejerce su profesión de periodista.

Voraz Lector desde la infancia, considera que "eso de contar historietas es muy divertido; lo que no entiendo es que haya gente que se divierta con eso, si son todo pamplinas. Hay gente pa to", Y es que esta colección de cuentos, Perdedores, ha ganado el Premio Tiflos en su XXVIII edición.

Como se describe el propio Ángel Aguado: 

Nací en Madrid en 1957. De mi infancia recuerdo el barrio de mi familia, Lavapiés. Las diversiones de la época eran la radio o los cines de sesión contínua. Así que pasaba largas veladas escuchando a Matilde, Perico y Periquín. O en el Astoria, el cine de mi calle que ahora es un DIA, celebrando que Gary Cooper, solo ante el peligro, se salvara de los malos. ¿Bravo por el sheriff Kane!

Unos años después me vi, sin que yo lo pidiera, vestido de romano en una isla. Y descubrí que escribir era un maravilloso antídoto para la nostalgia que te provacaba estar lejos de la novia. Así que empecé una exitosa carrera de cuentista, de escribidor de cartas de amor. Se me daba tan bien que escribía las cartas de medio cuartel. Todos los reclutas venían a mí para que les escribiera a sus novias. ¡La de mentiras que dije! Creo que contribuí humildemente a la felicidad de muchos chicos. Incluso mantuve el amor de mi novia durante los catorce meses reglamentarios. Lo malo fue cuando volví a la penísula y se evidenció la dura aspereza del roce diario. De nada me valieron mis tretas narrativas. La realidad es mucho más dura que la ficción.

Tras un tiempo de currante metalúgico tuve la suerte de que me despidieran. Y fue entonces cuando descubrí mi verdadera vocación, el periodismo gráfico. Eran los tiempos de la transición democrática y de la movida madrileña. Una época triunfal. Madrid pasó de ser un pueblo paleto a convertirse en un hervidero histórica donde cada día sucedía algo sorprendente. Me hice fotógrafo callejero. Eso me permitió escribir historias de personas correiente con la cámara o con una máquina Olympia a la que tenía dobladas las teclad de tanto aporrearla.

Un poco después, alguien en El País confió en mí y me propuso que hiciera fotos. Y empecé una carrera de peridosta gráfico correiendo con las cámaras por la capital destrás de la gente, detrás de las noticias. Además de fotografia y escribir me leía todo lo de Pérez Galdós, todo lo de Vázquez Montalbán, de Vargas Llosa, de García Márquez, de Mendoza, de Umbral, de Delibes, de Ferlosio, de Clarín y de muchos más que olvidé o que no cabrían aquí. A escondidas acabé los estudios de Periodismo. Entonces eso de estudiar estaba mal visto en el periódico. Y era verdad, el periodista se hacía pateando la p... calle. Bueno, seguí fotografiando y escribiendo en otros medios de comunicación. Hasta que un día decidí, o decidieron por mí irme/irnos a la Francia francesa. Y allí pasé varios años como docente universitario y profe de ajedrez infantil, aspirando liberté, la fraternité y la egalité, escribiendo y fotografiando por el centro de Europa. Después volví a Madrid y seguí de periodista, de contador de noticias, de reportero dicharachero y digital.

Eso de contar historietas es muy divertido, te lo pasas pipa inventándte fábulas, industrias y andanzas. Lo que no entiendo es como hay gente que te lea, que se divierta con eso, si son todo pamplinas, si no tienen importancia, si son todo mistificaciones, si me las invento yo, puro cuento, si soy un cuentista. Y encima me dan un premio. Hay gente pa toooo.

Bueno, ya seguiré otro día, que tampoco es cosa de aburrir al personal con mi historia tan raquítica. Ya sabes, no te creas nunca nada de lo que te cuenta un escritor, lo mismo todo es verdad.

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